Lecturas del Viernes 11 de agodto. 18ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura del libro del Deuteronomio 4,32-40
La lectura del libro del Deuteronomio es la conclusión del primer discurso que Moisés dirige a su pueblo, con el que comienza este libro. El tono es altamente teológico y está cargado de palabras claves de la teología del Antiguo Testamento. Es el discurso de la memoria. El pueblo debe recordar y transmitir todo lo que ha visto y oído, debe ser testigo viviente de cuanto Dios ha hecho.
La historia pasada, cargada de la presencia y la acción de Dios, pide fidelidad. Moisés recuerda las maravillas del Dios creador, cosas nunca oídas desde los comienzos de la existencia del hombre sobre la tierra.
El pueblo ha escuchado la voz de Dios en el fuego; ha visto con sus propios ojos la predilección del Dios que lo ha elegido, que ha obrado signos y prodigios y ha manifestado la fuerza de su brazo con la liberación de Egipto. Este Dios es como un Padre: educa con sus palabras, se muestra lleno de amor con la fuerza de la elección, cercano con su presencia y su poder, fiel en el don de la tierra prometida.
Este texto tiene un gran valor, en el mediador de la alianza, que es Moisés, pide una respuesta de fidelidad en nombre de Yahvé: recordar, celebrar, vivir: Aquí se encuentra reunida toda la espiritualidad del Antiguo Testamento: recuerdo de las palabras y de los hechos, celebración de las obras de la misericordia divina, fidelidad activa a la hora de observar las leyes dadas por un Padre educador y lleno de amor por su pueblo.
En el Evangelio, está relacionado con el anuncio final de la suerte de Jesús, que tiene que ir a Jerusalén a sufrir, morir, resucitar. Una suerte que Pedro rechaza, a pesar de la victoria final, la resurrección.
Jesús vuelve afirmar, que la confesión de fe debe estar guiada por una fidelidad y coherencia de vida. Las palabras pronunciadas por el Maestro, tienen seriedad evangélica: son unas palabras basadas en las exigencias ascéticas más radicales y que sólo es posible cumplir si son captadas en la triple dimensión del discipulado: vivir como el maestro, a causa de él, en comunión con Él.
Sólo así la palabra toma fuerza y adquiere su lógica de gracia: seguir a Jesús es negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y perder nuestra propia vida por la salvación de los demás.
Estas difíciles exigencias no son comprendidas en todo lo que encierran, incluso en su misma formulación, ante la resurrección de Jesús. Aunque no pueda ser comprendidas estas exigencias, Jesús pide fidelidad a los discípulos, que estén atentos a recorrer con Él el mismo camino, que estén dispuestos a seguirle, también después de su muerte y resurrección, por este camino.
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad, cosa que hoy es un hecho. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»
Palabra de Dios
Sal 76,12-13.14-15.16.21
R/. Recuerdo las proezas del Señor
Recuerdo las proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas. R/.
Dios mío, tus caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos. R/.
Con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
Guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,24-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»
Palabra del Señor
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La historia pasada, cargada de la presencia y la acción de Dios, pide fidelidad. Moisés recuerda las maravillas del Dios creador, cosas nunca oídas desde los comienzos de la existencia del hombre sobre la tierra.
El pueblo ha escuchado la voz de Dios en el fuego; ha visto con sus propios ojos la predilección del Dios que lo ha elegido, que ha obrado signos y prodigios y ha manifestado la fuerza de su brazo con la liberación de Egipto. Este Dios es como un Padre: educa con sus palabras, se muestra lleno de amor con la fuerza de la elección, cercano con su presencia y su poder, fiel en el don de la tierra prometida.
Este texto tiene un gran valor, en el mediador de la alianza, que es Moisés, pide una respuesta de fidelidad en nombre de Yahvé: recordar, celebrar, vivir: Aquí se encuentra reunida toda la espiritualidad del Antiguo Testamento: recuerdo de las palabras y de los hechos, celebración de las obras de la misericordia divina, fidelidad activa a la hora de observar las leyes dadas por un Padre educador y lleno de amor por su pueblo.
En el Evangelio, está relacionado con el anuncio final de la suerte de Jesús, que tiene que ir a Jerusalén a sufrir, morir, resucitar. Una suerte que Pedro rechaza, a pesar de la victoria final, la resurrección.
Jesús vuelve afirmar, que la confesión de fe debe estar guiada por una fidelidad y coherencia de vida. Las palabras pronunciadas por el Maestro, tienen seriedad evangélica: son unas palabras basadas en las exigencias ascéticas más radicales y que sólo es posible cumplir si son captadas en la triple dimensión del discipulado: vivir como el maestro, a causa de él, en comunión con Él.
Sólo así la palabra toma fuerza y adquiere su lógica de gracia: seguir a Jesús es negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y perder nuestra propia vida por la salvación de los demás.
Estas difíciles exigencias no son comprendidas en todo lo que encierran, incluso en su misma formulación, ante la resurrección de Jesús. Aunque no pueda ser comprendidas estas exigencias, Jesús pide fidelidad a los discípulos, que estén atentos a recorrer con Él el mismo camino, que estén dispuestos a seguirle, también después de su muerte y resurrección, por este camino.
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