Lecturas del Domingo 31º del Tiempo Ordinario - Ciclo B
Lectura del libro del Deuteronomio 6,2-6
El texto del Deuteronomio expresa el corazón de la espiritualidad bíblica, se trata de las enseñanzas que se pone en labios de Moisés, intermediario entre Dios y el pueblo. Estas se resumen en la exhortación a permanecer fieles a la alianza sancionada con el Señor a través de la observancia de sus leyes y la motivación que las acompaña se repite como un estribillo: "Para que seas dichoso", es decir, fecundo, próspero y longevo. El fin de estas normas es por consiguiente, la verdadera felicidad del hombre, una felicidad que procede de Dios, su fuente, por eso es menester sentir hacía él aquel temor que, en el lenguaje deuteronómico, es sinónimo de adhesión, escucha reverente y obediencia amorosa.
" Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas", constituyen el núcleo central de la oración que todavía hoy todo judío piadoso recita tres veces al día y que recibe el nombre de Shemá por la palabra con que empieza: "Escucha". Se trata de una profesión de fe en el único Dios que mantiene con todo el pueblo y con cada uno de sus miembros una relación particular, personal. El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. De ahí nace la exigencia de corresponder a este sagrado vínculo con un amor indiviso.
La elección gratuita por parte de Dios es un don inmerso del que el pueblo nunca debe perder la conciencia, la memoria continua de él, de sus beneficios y de sus preceptos se vuelve para todo Israel, también para nosotros, hijos de Abrahán según la promesa, llevar una vida según su voluntad y fuente de toda bendición.
La carta a los Hebreos pone de relieve la excelencia del sacerdocio de Cristo con respecto al Levítico, motivando su absoluta superioridad a la luz del misterio pascual. El carácter mortal de los sumos sacerdotes hacía provisional su servicio y precaria su intercesión, de suerte que para asegurar la continuidad del culto debían sucederse los unos a los otros. Cristo en cambio, es el resucitado que vive para siempre dado que su función sacerdotal no conoce límites de tiempo y su intercesión es incesante, cuantos en todos los tiempos se confían a su mediación pueden ser perfectamente salvados.
La resurrección es considerada como el sello con el que Dios atestigua la santidad de Cristo y la eficacia de su sacrificio, por eso Jesús el verdadero sumo sacerdote del que todos los otros no eran más que figuras imperfectas.
En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: "Es una tierra que mana leche y miel." Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria.»
Palabra de Dios
Sal 17
R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos 7,23-28
Ha habido multitud de sacerdotes del antiguo testamento, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día «como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo,» porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la Ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la Ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
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" Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas", constituyen el núcleo central de la oración que todavía hoy todo judío piadoso recita tres veces al día y que recibe el nombre de Shemá por la palabra con que empieza: "Escucha". Se trata de una profesión de fe en el único Dios que mantiene con todo el pueblo y con cada uno de sus miembros una relación particular, personal. El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. De ahí nace la exigencia de corresponder a este sagrado vínculo con un amor indiviso.
La elección gratuita por parte de Dios es un don inmerso del que el pueblo nunca debe perder la conciencia, la memoria continua de él, de sus beneficios y de sus preceptos se vuelve para todo Israel, también para nosotros, hijos de Abrahán según la promesa, llevar una vida según su voluntad y fuente de toda bendición.
La carta a los Hebreos pone de relieve la excelencia del sacerdocio de Cristo con respecto al Levítico, motivando su absoluta superioridad a la luz del misterio pascual. El carácter mortal de los sumos sacerdotes hacía provisional su servicio y precaria su intercesión, de suerte que para asegurar la continuidad del culto debían sucederse los unos a los otros. Cristo en cambio, es el resucitado que vive para siempre dado que su función sacerdotal no conoce límites de tiempo y su intercesión es incesante, cuantos en todos los tiempos se confían a su mediación pueden ser perfectamente salvados.
La resurrección es considerada como el sello con el que Dios atestigua la santidad de Cristo y la eficacia de su sacrificio, por eso Jesús el verdadero sumo sacerdote del que todos los otros no eran más que figuras imperfectas.
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