Lecturas del Sábado 30 de septiembre. 25ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura de la profecía de Zacarías 2,5-9.14-15a
Alcé la vista y vi a un hombre con un cordel de medir. Pregunté: «¿Adónde vas?»
Me contestó: «A medir Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.»
Entonces se adelantó el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, diciéndole: «Corre a decirle a aquel muchacho: "Por la multitud de hombres y ganado que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella –oráculo del Señor–."»
«Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor–. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti.»
Palabra de Dios
Salmo
Jr 31,10.11-12ab.13
R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño.» R/.
«Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.»
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.
Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,43b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Palabra del Señor
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La primera lectura nos relata la tercera visión del profeta Zacarías. Esta sigue a la de los cuatro jinetes y los obreros que se contraponen a los cuatro cuernos, que representan a los pueblos hostiles. La visión que hemos leído nos muestra a un hombre con un cordel de medir en la mano: el plano inmediato y evidente de la visión sugiere el retorno de los exiliados, que empiezan a reconstruir la ciudad santa devastada, pero el mensaje se ensancha y se convierte en una profecía del tiempo mesiánico, en el que Jerusalén no es ya simplemente una ciudad como las otras, sino una ciudad muy floreciente, que vive bajo la protección del Señor, gloria de la ciudad, es decir, lo que asegura su verdadero valor.
La presencia de Dios que es fiel en medio de su pueblo, un Dios que habita en medio de la hija de Sión. Esa presencia se convierte en causa de atracción de los pueblos, por consiguiente, causa de una experiencia de salvación cuyos confines se vuelven cada vez más universales. El sueño de Zacarías es el de la unidad de los hombres, que, adhiriéndose al Señor, se convierten en un solo pueblo. No queda suprimido el pensamiento del privilegio de Israel, pero se sueña más bien en una comunidad santa, cuyos límites se dibujan no tanto por motivos de pertenencia étnica como de fidelidad a la Palabra del Señor. El plan de Dios va, por tanto, mucho más allá de las perspectivas humanas, que con las de una expansión de la ciudad protegida por el Señor.
En el Evangelio se narra el segundo anuncio de la pasión, que es difícil de aceptar por parte de los discípulos, porque contrastan con acciones milagrosas de Jesús. Los discípulos comprenden la identidad de Jesús como el Hijo del hombre, cuya misión se revelará precisamente a través del sufrimiento y del rechazo que le espera.
La predicción de la pasión anuncia el ser entregado en manos de los hombres, que, además de indicar el destino de Jesús, implica una manifestación paradójica del rostro de Dios y es alusiva al plan divino de salvación que realiza con la entrega del Hijo. esto significa que Dios deja a Jesús en mano de los impíos y esta entrega se convierte en fuente de salvación para la humanidad.
Los discípulos no comprenden la pasión de Jesús, que choca contra toda lógica humana y con la luz de la Pascua se hace caer el velo de sus ojos. El miedo a preguntarle señala una falta de comunión con Jesús, por eso es que ellos no comprenden el anuncio de la pasión.
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La primera lectura nos relata la tercera visión del profeta Zacarías. Esta sigue a la de los cuatro jinetes y los obreros que se contraponen a los cuatro cuernos, que representan a los pueblos hostiles. La visión que hemos leído nos muestra a un hombre con un cordel de medir en la mano: el plano inmediato y evidente de la visión sugiere el retorno de los exiliados, que empiezan a reconstruir la ciudad santa devastada, pero el mensaje se ensancha y se convierte en una profecía del tiempo mesiánico, en el que Jerusalén no es ya simplemente una ciudad como las otras, sino una ciudad muy floreciente, que vive bajo la protección del Señor, gloria de la ciudad, es decir, lo que asegura su verdadero valor.
La presencia de Dios que es fiel en medio de su pueblo, un Dios que habita en medio de la hija de Sión. Esa presencia se convierte en causa de atracción de los pueblos, por consiguiente, causa de una experiencia de salvación cuyos confines se vuelven cada vez más universales. El sueño de Zacarías es el de la unidad de los hombres, que, adhiriéndose al Señor, se convierten en un solo pueblo. No queda suprimido el pensamiento del privilegio de Israel, pero se sueña más bien en una comunidad santa, cuyos límites se dibujan no tanto por motivos de pertenencia étnica como de fidelidad a la Palabra del Señor. El plan de Dios va, por tanto, mucho más allá de las perspectivas humanas, que con las de una expansión de la ciudad protegida por el Señor.
En el Evangelio se narra el segundo anuncio de la pasión, que es difícil de aceptar por parte de los discípulos, porque contrastan con acciones milagrosas de Jesús. Los discípulos comprenden la identidad de Jesús como el Hijo del hombre, cuya misión se revelará precisamente a través del sufrimiento y del rechazo que le espera.
La predicción de la pasión anuncia el ser entregado en manos de los hombres, que, además de indicar el destino de Jesús, implica una manifestación paradójica del rostro de Dios y es alusiva al plan divino de salvación que realiza con la entrega del Hijo. esto significa que Dios deja a Jesús en mano de los impíos y esta entrega se convierte en fuente de salvación para la humanidad.
Los discípulos no comprenden la pasión de Jesús, que choca contra toda lógica humana y con la luz de la Pascua se hace caer el velo de sus ojos. El miedo a preguntarle señala una falta de comunión con Jesús, por eso es que ellos no comprenden el anuncio de la pasión.
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