Lecturas Lunes 20 de noviembre. 33ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura del primer libro de los Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64
En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.
Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: «¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»
Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.
Palabra de Dios
Sal 118,53.61.134.150.155.158
R/. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos
Sentí indignación ante los malvados,
que abandonan tu voluntad. R/.
Los lazos de los malvados me envuelven,
pero no olvido tu voluntad. R/.
Líbrame de la opresión de los hombres,
y guardaré tus decretos. R/.
Ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad. R/.
La justicia está lejos de los malvados
que no buscan tus leyes. R/.
Viendo a los renegados, sentía asco,
porque no guardan tus mandatos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Palabra del Señor
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El libro de los Macabeos narra los acontecimientos de la insurrección judía contra Antíoco IV de Siria, en el II a. C . Los fragmentos que constituyen la lectura de hoy presentan la figura del rey perseguidor, así como la de los impíos, que entre los mismo israelitas, abandonaron la fe los padres para seguir la idolatría del dominador.
Antíoco IV es definido, desde el mismo momento de su ascensión al trono, como un retoño impío. Sin embargo, la atención se concentra de inmediato en los judíos que se pusieron de parte del rey pagano, que eran, tanto, todavía más condenable que él, éstos traicionaban esperando obtener ventajas personales y por eso se dice de ellos que se vendieron. Fueron ellos quienes introdujeron los usos paganos en la ciudad santa, construyeron gimnasio, renegaron de la alianza, ocultaron de una artificial el signo sagrado de la circuncisión. El decreto del rey unificaba a los pueblos sometidos aboliendo las leyes particulares y las autonomías, es una unidad buscada en la oposición a la voluntad del Señor, como en el mito de la torre de Babel. Fueron mucho los judíos que aceptaron la imposición y abandonaron la Ley del Señor, particularmente el precepto del sábado.
El colmo de la profanación se produjo cuando Antíoco hizo colocar un ídolo sobre el altar del templo de Jerusalén y ordenó sacrificios a los ídolos en todas las ciudades de Judá. La persecución se abatió sobre los judíos fieles, la simple posesión de libros sagrados, que tenían que ser destruidos, era castigada con la muerte. Muchos conservaron la fe a pesar de la persecución, siguieron escrupulosamente la observancia de las disposiciones alimentarias por ser el símbolo de una fidelidad que se debía conservar incluso a costa de la vida. Esta perseverancia de los creyentes desencadenó el furor de los perseguidores.
Los dos personajes del Evangelio, Jesús y el ciego, se perfilan sobre el fondo de la muchedumbre, que sirve de contraste. El movimiento de ambos es opuesto y convergente, el ciego estaba sentado con una actitud de inactividad pasiva y resignada, pedía limosna, estaba marginado y aislado, junto al camino; Jesús se hace prójimo, se acercaba a la ciudad rodeado por la gente que se apiñaba, quizás por curiosidad.
El ciego, sin embargo, parece ir despertando de manera progresiva a la vida, de la curiosidad a la petición insistente, hasta la fe y el seguimiento. Se distingue de la muchedumbre no por su enfermedad, sino porque toma conciencia de su propia condición y pide ayuda, intentan hacerle callar, pero el grita cada vez más fuerte. Jesús por el contrario, pasa del movimiento a la detención, se detuvo para oírle y le escucha solo después de su petición, sin realizar ninguno de los gestos que lo acompañan a menudo a los milagros. Parece como si quisiera ceder al ciego el papel principal: ¿ "Qué quieres que haga por ti? y tu fe te ha salvado",son dos expresiones que ponen el acento voluntariamente en la oración y en la fe, más que en las dotes extraordinarias.
El protagonista es el ciego, figura y modelo de la humanidad necesitada de salvación, se produce en él un cambio interior, una conversión, más importante que la curación, qué es sólo una manifestación externa. La transformación del hombre convertido y salvado tiene consecuencias sobre los que asisten en ella, la muchedumbre de los curiosos, que antes le reprendía por lo molestos de sus gritos, " al verlo, se puso alabar a Dios"
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