Lecturas del Martes 30 de enero. 4ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura del segundo libro de Samuel 18,9-10.14b.24-25a.30–19,3
El reinado de David se vio afligido en su ocaso por la rebelión de su hijo Absalón, una rebelión en la que tuvo que intervenir el ejército. El rey ha ordenado respetar la vida de su hijo, sin embargo, el joven, en su huida, queda colgado entre las ramas de un árbol y o mata Joab, que cree ganar de este modo el favor del rey por haber eliminado al usurpador.
El rey espera con ansias las noticias de la batalla, dividido entre el deseo de la victoria y la angustia por la suerte de su hijo, los criados le comunican primero las buenas noticias, fingiendo ignorar el fin de Absalón.
El drama estalla cuando david pregunta, ¿ Está bien el joven Absalón?, no queda escapatoria posible y es preciso revelarle que su hijo ha muerto. Estalla el dolor del rey, el hijo ha muerto, ya no es un enemigo y un rival, sino sólo un muchacho; la exultación por la victoria se transforma en luto, el pueblo siente vergüenza como por una derrota.
En el Evangelio aparecen dos episodios, al parecer independientes, en el vérsiculo inicial Jesús vuelve a la otra orilla del lago tras una excursión a territorio pagano.
El episodio de la hija de Jairo presenta en la primera parte, la súplica del padre y la pronta disponibilidad de Jesús. Este relato queda bruscamente interrumpido por la inserción de un nuevo personaje y su historia. Resalta el contraste entre Jairo, hombre influyente que implora de manera insistente a Jesús delante de todos y la mujer anónima que se le acerca de modo furtivo, escondida entre la gente. Sin embargo, son iguales su confianza en Jesús y la inmediata respuesta del mismo. El milagro de la hemorroísa tiene lugar en dos tiempos: primero en secreto, sólo la mujer y Jesús se dan cuenta del prodigio, a continuación, la pregunta de Jesús y el estupor de los discípulos provocan un nuevo prodigio: la mujer habla, sale de sí misma, entre en relación con Jesús. No ha sido curada simplemente de la enfermedad, sino que ha sido salvada.
Sin solución de continuidad, reemprende el otro relato. Se precipita el drama, la niña ha muerto, la intervención del taumaturgo (el que obra milagro) parece inútil. Jesús da un vuelco a la situación, no está muerta, duerme. La actitud del Maestro es completamente distinta, la mujer que se le había acercado en secreto y Él la había impulsado a mostrarse ante todos; Jesús quiere mostrar que ninguna enfermedad, ninguna condición humana, puede considerarse infame, con tal que se confíe en Él. Jairo ha rogado en público y Jesús deja por fuera de la estancia a la gente, Jairo con su familia, se ve llamado a la sobriedad y a la discreción, sólo unos pocos discípulos asisten a la resurrección de la niña y sobre todo, no tienen que dar publicidad de lo sucedido.
En aquellos dias, Absalón fue a dar en un destacamento de David. Iba montado en un mulo, y, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina copuda, se le enganchó a Absalón la cabeza en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que cabalgaba se le escapó.
Lo vio uno y avisó a Joab: «¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!»
Agarró Joab tres venablos y se los clavó en el corazón a Absalón. David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela subió al mirador, encima de la puerta, sobre la muralla, levantó la vista y miró: un hombre venía corriendo solo.
El centinela gritó y avisó al rey. El rey dijo: «Retírate y espera ahí.» Se retiró y esperó alli.
Y en aquel momento llegó el etíope y dijo: «¡Albricias, majestad! ¡El Señor te ha hecho hoy justicia de los que se habían rebelado contra ti!»
El rey le preguntó: «¿Está bien mi hijo Absalón?»
Respondió el etíope: «¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!»
Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! iHijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!»
A Joab le avisaron: «El rey está llorando y lamentándose por Absalón.»
Así la victoria de aquel dia fue duelo para el ejército, porque los soldados oyeron decir que el rey estaba afligido a causa de su hijo. Y el ejército entró aquel día en la ciudad a escondidas, como se esconden los soldados abochornados cuando han huído del combate.
Palabra de Dios
Sal 21,26b-27.28.30.31-32
R/. Te alabarán, Señor, los que te buscan
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre. R/.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R/.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 5,21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le djo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor
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El rey espera con ansias las noticias de la batalla, dividido entre el deseo de la victoria y la angustia por la suerte de su hijo, los criados le comunican primero las buenas noticias, fingiendo ignorar el fin de Absalón.
El drama estalla cuando david pregunta, ¿ Está bien el joven Absalón?, no queda escapatoria posible y es preciso revelarle que su hijo ha muerto. Estalla el dolor del rey, el hijo ha muerto, ya no es un enemigo y un rival, sino sólo un muchacho; la exultación por la victoria se transforma en luto, el pueblo siente vergüenza como por una derrota.
En el Evangelio aparecen dos episodios, al parecer independientes, en el vérsiculo inicial Jesús vuelve a la otra orilla del lago tras una excursión a territorio pagano.
El episodio de la hija de Jairo presenta en la primera parte, la súplica del padre y la pronta disponibilidad de Jesús. Este relato queda bruscamente interrumpido por la inserción de un nuevo personaje y su historia. Resalta el contraste entre Jairo, hombre influyente que implora de manera insistente a Jesús delante de todos y la mujer anónima que se le acerca de modo furtivo, escondida entre la gente. Sin embargo, son iguales su confianza en Jesús y la inmediata respuesta del mismo. El milagro de la hemorroísa tiene lugar en dos tiempos: primero en secreto, sólo la mujer y Jesús se dan cuenta del prodigio, a continuación, la pregunta de Jesús y el estupor de los discípulos provocan un nuevo prodigio: la mujer habla, sale de sí misma, entre en relación con Jesús. No ha sido curada simplemente de la enfermedad, sino que ha sido salvada.
Sin solución de continuidad, reemprende el otro relato. Se precipita el drama, la niña ha muerto, la intervención del taumaturgo (el que obra milagro) parece inútil. Jesús da un vuelco a la situación, no está muerta, duerme. La actitud del Maestro es completamente distinta, la mujer que se le había acercado en secreto y Él la había impulsado a mostrarse ante todos; Jesús quiere mostrar que ninguna enfermedad, ninguna condición humana, puede considerarse infame, con tal que se confíe en Él. Jairo ha rogado en público y Jesús deja por fuera de la estancia a la gente, Jairo con su familia, se ve llamado a la sobriedad y a la discreción, sólo unos pocos discípulos asisten a la resurrección de la niña y sobre todo, no tienen que dar publicidad de lo sucedido.
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