Lecturas del Miércoles 31 de enero. 4ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura del segundo libro de Samuel 24,2.9-17
Los últimos capítulos del segundo libro de Samuel interrumpen la historia de la sucesión de David para insertar, como apéndice algunos episodios.
El censo dispuesto por David va contra la Ley, según la cuál sólo Dios puede cuantificar la consistencia de su pueblo, por eso David siente remordimientos y el profeta Gad le preanuncia el castigo. David solo puede escoger entre la carestía, la derrota y la peste, son los castigos previstos por la Ley para la traición a la Alianza. David prefiere la peste a la guerra, no sólo por su menor duración, sino porque un castigo de la mano de Dios permite confiar en la misericordia divina, lo que ocurre cuando el castigo lo aplica la mano del hombre.
El Señor siente piedad y perdona a Jerusalén, también el rey intercede por el pueblo inocente, asumiendo la responsabilidad de lo sucedido.
En el Evangelio este breve relato concluye la sección de los milagros e introduce una serie de peregrinación de Jesús dentro y fuera de Galilea. En Israel cualquier hombre adulto podía comentar las escrituras en la sinagoga, sin embargo, la enseñanza de Jesús es diferente a la de todos los rabinos de aquel tiempo. Tres son los motivos de admiración: el origen de las palabras pronunciadas por Jesús, la sabiduría que posee y los prodigios que realiza. Todo esto parece contrastar con la familiaridad que los nazarenos creían tener con Él, dado que conocían a sus padres y hermanos.
La verdadera identidad de Jesús se revela aquí a través de su ser signo de contradicción, piedra de tropiezo, motivo de escándalo. Esto mismo constituía ya una característica de los profetas, perseguidos con mayor frecuencia precisamente por aquellos que hubieran debido comprenderles mejor. Por esa desconfianza, no pudo realizar Jesús milagros entre sus paisanos,Él mismo se muestra sorprendido de esta falta de fe, del mismo modo que los suyos estaban admirados de su autoridad.
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres dias de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó: «¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»
Palabra de Dios
Sal 31,1-2.5.6.7
R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
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El censo dispuesto por David va contra la Ley, según la cuál sólo Dios puede cuantificar la consistencia de su pueblo, por eso David siente remordimientos y el profeta Gad le preanuncia el castigo. David solo puede escoger entre la carestía, la derrota y la peste, son los castigos previstos por la Ley para la traición a la Alianza. David prefiere la peste a la guerra, no sólo por su menor duración, sino porque un castigo de la mano de Dios permite confiar en la misericordia divina, lo que ocurre cuando el castigo lo aplica la mano del hombre.
El Señor siente piedad y perdona a Jerusalén, también el rey intercede por el pueblo inocente, asumiendo la responsabilidad de lo sucedido.
En el Evangelio este breve relato concluye la sección de los milagros e introduce una serie de peregrinación de Jesús dentro y fuera de Galilea. En Israel cualquier hombre adulto podía comentar las escrituras en la sinagoga, sin embargo, la enseñanza de Jesús es diferente a la de todos los rabinos de aquel tiempo. Tres son los motivos de admiración: el origen de las palabras pronunciadas por Jesús, la sabiduría que posee y los prodigios que realiza. Todo esto parece contrastar con la familiaridad que los nazarenos creían tener con Él, dado que conocían a sus padres y hermanos.
La verdadera identidad de Jesús se revela aquí a través de su ser signo de contradicción, piedra de tropiezo, motivo de escándalo. Esto mismo constituía ya una característica de los profetas, perseguidos con mayor frecuencia precisamente por aquellos que hubieran debido comprenderles mejor. Por esa desconfianza, no pudo realizar Jesús milagros entre sus paisanos,Él mismo se muestra sorprendido de esta falta de fe, del mismo modo que los suyos estaban admirados de su autoridad.
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