Lecturas del Jueves 1 de marzo. 2ª semana de Cuaresma
Lectura del libro de Jeremías 17,5-10
El profeta Jeremías nos ofrece dos sentencias sapienciales, en la primera, contraponiendo los extremos, con un típico estilo semitico, nos indica claramente donde se encuentra la maldición del hombre cuyo final es la muerte y donde la bendición portadora de vida.
Al impío no se le caracteriza directamente como el que obra mal, sino como el hombre que confía sólo en lo humano y se aleja interiormente del Señor, de esta actitud del corazón solo pueden venir acciones malvadas. Aquello en lo que el hombre confía se asemeja al terreno del que succiona sus nutrientes un árbol. Por eso, el impío se le compara con un cardo arraigado en tierra salobre e inhóspita; no dará fruto, ni durará mucho.
También al hombre piadoso se le describe partiendo del interior, confía en el Señor y se asemeja a un árbol plantado al borde de la acequia que no teme el estío ni las circunstancias adversas: prosperará y dará fruto.
La segunda sentencia insiste más explícitamente en la importancia del corazón, centro de las decisiones y de los afectos del hombre. Sólo Dios puede conocerlo de verdad y sanarlo, sopesarlo y valorar con equidad la conducta y el fruto de las obras de cada uno.
El Evangelio nos enseña a considerar la presente condición a la luz eterna, que dará un vuelco total. Se sacan a continuación las consecuencias prácticas. El hombre rico que nos presenta Jesús no tiene nombre. Pero como en el centro de sus intereses está el opíparo banquete cotidiano, tradicionalmente se le da apelativo de Epulón (banqueteador, comilon), Jesús, por el contrario, saca del anonimato al pobre. Su mismo nombre es significativo, ya que significa "Dios ayuda". El hambre y la enfermedad le hacen yacer a la puerta del rico, en espera de lo que cae descuidadamente de la mesa puesta. Hasta los perros le uestran piedad, pero pasa desapercibido para el rico.
Pero la vida humana acaba y Jesús levanta el telón del tiempo para mostrarnos otro banquete, el eterno predicho por los profetas. Los ángeles llevan a este banquete a Lázaro hasta el puesto de honor, recostado cerca del patrón de la casa, con la cabeza vuelta hacía su pecho, goza de los bienes de la salvación.
La suerte del rico es precisamente la contraria y solamente ahora, entre los tormentos infernales, ve a Lázaro y osa pedir por su mediación un mínimo alivio al ardor que devora su paladar. Sin embargo, las opciones de la vida presente hacen definitiva e inmutable la condición eterna. Ni siquiera un milagro como la resurrección de un muerto, podrá ablandar la dureza de corazón que hace oído sordos a lo que el Señor dice incesantemente por medio de las Escrituras.
Esto dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso de dar fruto.
Nada hay más falso y enfermo
que el corazón: ¿quién lo conoce?
Yo, el Señor, examino el corazón,
sondeo el corazón de los hombres
para pagar a cada cual su conducta
según el fruto de sus acciones».
Palabra de Dios
Sal 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre
que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 16,19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor
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Al impío no se le caracteriza directamente como el que obra mal, sino como el hombre que confía sólo en lo humano y se aleja interiormente del Señor, de esta actitud del corazón solo pueden venir acciones malvadas. Aquello en lo que el hombre confía se asemeja al terreno del que succiona sus nutrientes un árbol. Por eso, el impío se le compara con un cardo arraigado en tierra salobre e inhóspita; no dará fruto, ni durará mucho.
También al hombre piadoso se le describe partiendo del interior, confía en el Señor y se asemeja a un árbol plantado al borde de la acequia que no teme el estío ni las circunstancias adversas: prosperará y dará fruto.
La segunda sentencia insiste más explícitamente en la importancia del corazón, centro de las decisiones y de los afectos del hombre. Sólo Dios puede conocerlo de verdad y sanarlo, sopesarlo y valorar con equidad la conducta y el fruto de las obras de cada uno.
El Evangelio nos enseña a considerar la presente condición a la luz eterna, que dará un vuelco total. Se sacan a continuación las consecuencias prácticas. El hombre rico que nos presenta Jesús no tiene nombre. Pero como en el centro de sus intereses está el opíparo banquete cotidiano, tradicionalmente se le da apelativo de Epulón (banqueteador, comilon), Jesús, por el contrario, saca del anonimato al pobre. Su mismo nombre es significativo, ya que significa "Dios ayuda". El hambre y la enfermedad le hacen yacer a la puerta del rico, en espera de lo que cae descuidadamente de la mesa puesta. Hasta los perros le uestran piedad, pero pasa desapercibido para el rico.
Pero la vida humana acaba y Jesús levanta el telón del tiempo para mostrarnos otro banquete, el eterno predicho por los profetas. Los ángeles llevan a este banquete a Lázaro hasta el puesto de honor, recostado cerca del patrón de la casa, con la cabeza vuelta hacía su pecho, goza de los bienes de la salvación.
La suerte del rico es precisamente la contraria y solamente ahora, entre los tormentos infernales, ve a Lázaro y osa pedir por su mediación un mínimo alivio al ardor que devora su paladar. Sin embargo, las opciones de la vida presente hacen definitiva e inmutable la condición eterna. Ni siquiera un milagro como la resurrección de un muerto, podrá ablandar la dureza de corazón que hace oído sordos a lo que el Señor dice incesantemente por medio de las Escrituras.
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