Lecturas del Viernes 23 de febrero. 1ª semana de Cuaresma

Lectura de la profecía de Ezequiel 18,21-28


Esto dice el Señor Dios:
«Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado —oráculo del Señor Dios—, y no que se convierta de su conducta y viva?
Si el inocente se aparta de su inocencia y comete maldades, como las acciones detestables del malvado, ¿acaso podrá vivir? No se tendrán en cuenta sus obras justas. Por el mal que hizo y por el pecado cometido, morirá.
Insistis: No es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá».



Palabra de Dios



Sal 129,1-2.3-4.5-7a.7bc-8


R/. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y el redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.



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Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,20-26


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

Palabra del Señor

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El libro de Ezequiel marca un paso decisivo en el progreso de la revelación. Consciente de que la verdadera dignidad depende de ser pueblo elegido, Israel tiene muy vivo el sentido de la responsabilidad colectiva del pecado. Pero ya el profeta Jeremías comenzó a indicar que existe también un pecado personal, es decir, que cada uno es responsable de sus acciones en primera persona.

A los desterrados, sin esperanzas y desalentados bajo el peso de un castigo que piensan que es inmerecido por tratarse de las culpas de sus padres, Ezequiel les profetiza indicándoles que cada uno decide con su comportamiento su propio destino personal no es inmutable, el Dios de la vida no se complace en la destrucción de los hombres, sino que espera y en cierto sentido, suscita la conversión de cada uno.

El Señor brinda a cada uno la posibilidad de una vida nueva e indica el camino de la salvación, que como cualquier camino, exige esfuerzo y perseverancia. Si el pecador debe cambiar radicalmente, también el justo debe optar continuamente por obrar de acuerdo con la voluntad de Dios, de otro modo, se olvidará el valor de sus obras justas; nadie es justo de una vez por todas, sino que uno se va haciendo justo día tras día adhiriéndose al Señor. 

Con la autoridad propia de quien es el cumplimiento de la Ley, Jesús exige a los suyos, como condición para entrar al Reino de los Cielos, una justicia que supere la de los escribas y fariseos. Jesús pide más porque da lo que pide, ésta es la novedad radical. Ya no se trata de limitarse a observar minuciosamente preceptos y evitar prohibiciones, sino comenzar desde el corazón, donde nacen la motivaciones profundas de nuestro actuar.

Por un homicidio hay que someterse a un proceso, pero el gesto violento brota del corazón, por eso el airarse contra el hermano merece idéntico castigo. Una palabra injuriosa exige una pena más grave, el juicio ante el culto exige no sólo condiciones externa de pureza, sino la pureza de un corazón pacífico y pacificador, que no tolera las divisiones en las relaciones fraternas y por  consiguiente, debe dar el primer paso, la reconciliación con el hermano como premisa para la comunión con el Señor.

Es urgente la reconciliación desde una perspectiva escatológica, el otro ya no es el hermano, sino el adversario, el acusador que se puede encontrar en el camino de la vida, con él debemos tratar de buscar un acuerdo, porque al final de la vida nos espera el justo juez y debemos estar preparados para el juicio. 

  

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