Lecturas del Jueves 22 de marzo. 5ª semana de Cuaresma


Lectura del libro del Génesis 17,3-9


En aquellos días, Abram cayó rostro en tierra y Dios le habló así:
«Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos.
Ya no te llamarás Abram, sino Abraham, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti.
Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios».
El Señor añadió a Abrahám:
«Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones».



Palabra de Dios



Sal 104,4-5.6-7.8-9


R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente

Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.



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Lectura del santo evangelio según san Juan 8,51-59


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Palabra del Señor

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La tradición sacerdotal postexílica nos presenta la vocación de Abraham, para que el pueblo vuelva a esperar en la certeza de la alianza con Dios. Israel ha quedado reducido a un pequeño resto, privado de los dones prometidos a Abraham, el mismo Abraham que Dios llamó padre de una muchedumbre.

Dios no puede renegar de la alianza, porque no puede renegar de sí mismo, ése es el fundamento seguro que debe mantener la esperanza del pueblo, la misma que permitió a Abraham esperar contra toda esperanza. Dios es quien ha tomado la iniciativa, se ha revelado y ha manifestado a Abraham su nuevo nombre, "padre de la muchedumbre", que le convierte en protagonista de un designio divino de salvación. De ahí le viene a Abraham la exigencia de corresponder a aquella llamada, que se traduce en el imperativo: "Camina en mi presencia y sé íntegro", es decir, Sé mío, dice el Señor, porque yo soy tu Dios. La respuesta de Abraham es la postración, en actitud de adoración, esto es, de gratitud que se convierte en escucha. Le permite que Dios le hable.

El Evangelio se abre con la solemne repetición por parte de Jesús, del amén, siguiendo la afirmación de que su Palabra es vida y da vida a quien la acoge y la guarda.

Los judíos se consideran descendientes de Abraham, siendo éste su padre. Al acoso provocador de preguntas, Jesús sólo responde indirectamente, pero de sus palabra emerge la verdad fundamental, Él se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando la gloria. El Padre es el que le hace hablar y actuar.  Sin blasfemar ni mentir, puede afirmar: " Antes que Abraham naciera, yo soy". No hay vida en el hombre, sino en el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo.

Entre el Padre y el Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión tiende la historia de salvación de la que Abraham recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento. Para los judíos, descendientes de Abraham según la carne, dicha afirmación es escandalosa. Sus palabras manifiestan burla y desprecio. Los adversarios de Jesús proclaman, sin darse cuenta, la verdad sobre Él mismo momento en que pensaban denigrarlo como pobre loco.

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