Lecturas del Lunes 12 de marzo. 4ª semana de Cuaresma

Lectura del libro de Isaías 65,17-21

Esto dice el Señor:
«Mirad: voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.
Regocijaos, alegraos por siempre
por lo que voy a crear:
yo creo a Jerusalén “alegría”,
y a su pueblo, “júbilo”.
Me alegraré por Jerusalén
y me regocijaré con mi pueblo,
ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido;
ya no habrá allí niño
que dure pocos días,
ni adulto que no colme sus años,
pues será joven quien muera a los cien años,
y quien no los alcance se tendrá por maldito.
Construirán casas y las habitarán,
plantarán viñas y comerán los frutos».


Palabra de Dios


Sal 29,2.4.5-6.11-12a.13b

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.



Tañed para el Señor, fieles suyos,

celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.



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Lectura del santo evangelio según san Juan 4,43-54


En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor

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El pueblo vuelto del destierro, cede una vez más a la tentación de los cultos idolátricos. Se resiste a la voz del Señor, olvidando invocar su nombre y provocándolo de este modo. Es cuando interviene el profeta y recuerda que Dios es un juez justo que asigna una suerte muy distintas a sus siervos fieles o a los rebeldes. En este contexto, el fragmento propuesto abre una espiral de luz sobre el futuro, revelando las dimensiones del plan de Dios, que no se limita al destino de los individuos, sino que abarca a todo el cosmos, pronto se olvidarán de las fatigas pasadas, porque el Señor se dispone a ejecutar una nueva creación inundada de alegría. En estos versículos parecen entrelazarse el canto del corazón de Dios y el de la humanidad; al gozo de Dios por su ciudad santa, por su pueblo renovado interiormente, responde la alegría del pueblo por las maravillas de esta re - creación. El profeta utiliza las más bellas imágenes sacadas de la vida humana para expresar lo inefable, para indicar la vida de comunión con Dios; en la nueva Jerusalén se disipará cualquier asomo de tristeza, cesará la difundida mortalidad infantil, la longevidad será admirable, la libertad y la estabilidad política garantizarán una vida próspera y serena.

La obra salvífica del Señor transformará el mundo; es una promesa cuyo cumplimiento es Jesús y llegará a plenitud al final de los tiempos.

La curación a distancia que se realiza en el Evangelio, quiere revelarnos a Jesús como Palabra de Vida. El Maestro vuelve a Galilea, donde es bien recibido porque se ha difundido la fama de lo que había hecho en Jerusalén. Pero Él rehuye a la popularidad basada en lo prodigioso. Se acerca a Caná, donde había obrado su primer milagro. Ahora realiza el segundo: un funcionario de Herodes Antipas súplica a Jesús que le siga a Cafarnaún, donde su hijo estaba muriendo. La ubicación de caná respecto a Jerusalén explica el uso del verbo bajar, pero no agota su significado, cuya importancia aparece en la  insistencia con la que el funcionarios suplica a Jesús que baje. Él, de hecho, es el que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. Jesús reprende una fe demasiado imperfecta, pero el funcionario no desiste. Como respuesta a la invocación desesperada de una humanidad que languidece y está muriéndose, Jesús ofrece una palabra de Vida, pero exige la fe.

El prodigio de Jesús está en la Palabra, si se cree y se obedece, se experimentará el milagro final. Maravilloso y eficaz el efecto del eco; el funcionario se pone en camino dejando resonar en el corazón lo que le ha dicho Jesús: "Vuelve, tu hijo está bien". Esta palabra, única esperanza, acompaña y sostiene cada uno de sus pasos hacía casa. Desde su casa le salen al encuentro los criados con la grata certeza y con las mismas palabras: "Tú hijo ya está bien". La fe que ha caminado en la oscuridad encuentra la luz y se convierte en pleno asentamiento, ha repetido la palabra de Jesús e inmediatamente se confirma, " Y creyó" 


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