Lecturas del Lunes 5 de marzo. 3ª semana de Cuaresma
Lectura del segundo libro de los Reyes 5,1-15a
Naamán, cuyo nombre en hebreo (n´m) significa belleza, es un personaje excepcional con unas cualidades envidiables que contrastan de repente con el abismo de soledad y maldición. "Este hombre, que era poderoso, tenía lepra". La lepra es una enfermedad que significa separación, impureza, castigo divino, situación humanamente sin salida, sin esperanza. A pesar de todo esto, el general del ejercito de Siria acoge la proposición de una muchacha israelita cautiva en una correría: debería dirigirse al profeta de Samaria. Hasta el mismo rey de Siria, benévolamente apoya la sugerencia, aunque el rey de Israel le parece una provocación. La creciente tensión entre ambos países hostiles se mitiga por la intervención de Eliseo, profeta. Sólo siguiendo sus indicaciones, tan sencillas que aparecen banales, se efectuará el milagro de la curación de Naamán, como primer paso para llegar a la profesión de fe en el Dios de Israel. Junto a los personajes de Naamán, Eliseo y los dos soberanos, aparecen también, como mediadores indispensables de los que se sirve el Señor para orientar el curso de los acontecimientos, la joven cautiva, el mensajero y los siervos.
Este pasaje tiene referencias simbólicas del bautismo, inmersión en las aguas, la eficacia de la Palabra del Dios de Israel, el carácter universal de la salvación concedida en virtud de la obediencia.
El Evangelio se encuentra enmarcado en la fase inaugural de la misión de Jesús. Jesús. Jesús en la sinagoga, lee el pasaje del profeta Isaías anunciando el cumplimiento en su misma persona.
El proverbio " ningún profeta es reconocido en su patria" se refiere a la proclamación de la Buena Nueva que hace que Jesús en la sinagoga de Nazaret. Justamente acababa de proclamar un año de misericordia. Ese rechazo en Nazaret lo comenta Jesús haciendo alusión a los profetas Elías y Eliseo. En tiempo de la hambruna Dios envía el profeta Elías a una viuda de Sarepta, a pesar que ella apenas tiene que comer, comparte lo poco que tiene con el profeta y ve como la olla de harina no se vacía ni tampoco se seca la jarra con aceite, hasta que la hambruna se hubo acabado en todo el país.
El profeta Eliseo envía al leproso sirio Naamán al río Jordán para que allí se bañe y hacerlo se le quita la lepra. Ambos profetas escuchan a Dios y llevan a cabo lo que Dios les pide, liberando de sus penas a personas que no son israelitas. De la misma manera, las acciones de Jesús trascenderán las fronteras de Israel.
A pesar de que Jesús llega con el poder del Espíritu proclamando un año de gracia de Dios, la gente en la sinagoga reacciona con ira. Lucas no se toma la molestia de explicarnos por qué la gente reacciona así. Posiblemente los judíos perciben una especie de rechazo suyo y una preferencia por los gentiles en vez de ellos, por haber rechazado a Jesús con desdén; una cosa parecida a la del Señor que preparó su banquete y como los invitados no asistieron, llenó su mesa de extraños e indigentes.
Sacan a Jesús de la ciudad y hasta lo quieren despeñar por el acantilado. Es como un pequeño adelanto del final que le espera a Jesús en Jerusalén. Mucho han pensado en este pasaje como un resumen de toda su vida pública.
En aquellos días, Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era hombre notable y muy estimado por su señor, pues por su medio el Señor había concedido la victoria a Siria.
Pero, siendo un gran militar, era leproso.
Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora:
«Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra».
Fue (Naamán) y se lo comunicó a su señor diciendo:
«Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel».
Y el rey de Siria contestó:
«Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel».
Entonces tomó en su mano diez talentos de plata, seis mil siclos de oro, diez vestidos nuevos y una carta al rey de Israel que decía:
«Al llegarte esta carta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra».
Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, diciendo:
«¿Soy yo Dios para repartir vida y muerte? Pues me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra. Daos cuenta y veréis que está buscando querella contra mí».
Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran:
«Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel».
Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a decirle:
«Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio».
Naamán se puso furioso y se marchó diciendo:
«Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio».
Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle:
«Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!».
Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel».
Palabra de Dios
Sal 41,2.3;42,3.4
R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo:
¿cuándo veré el rostro de Dios?
Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R/.
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.
Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,24-30
Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor
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Este pasaje tiene referencias simbólicas del bautismo, inmersión en las aguas, la eficacia de la Palabra del Dios de Israel, el carácter universal de la salvación concedida en virtud de la obediencia.
El Evangelio se encuentra enmarcado en la fase inaugural de la misión de Jesús. Jesús. Jesús en la sinagoga, lee el pasaje del profeta Isaías anunciando el cumplimiento en su misma persona.
El proverbio " ningún profeta es reconocido en su patria" se refiere a la proclamación de la Buena Nueva que hace que Jesús en la sinagoga de Nazaret. Justamente acababa de proclamar un año de misericordia. Ese rechazo en Nazaret lo comenta Jesús haciendo alusión a los profetas Elías y Eliseo. En tiempo de la hambruna Dios envía el profeta Elías a una viuda de Sarepta, a pesar que ella apenas tiene que comer, comparte lo poco que tiene con el profeta y ve como la olla de harina no se vacía ni tampoco se seca la jarra con aceite, hasta que la hambruna se hubo acabado en todo el país.
El profeta Eliseo envía al leproso sirio Naamán al río Jordán para que allí se bañe y hacerlo se le quita la lepra. Ambos profetas escuchan a Dios y llevan a cabo lo que Dios les pide, liberando de sus penas a personas que no son israelitas. De la misma manera, las acciones de Jesús trascenderán las fronteras de Israel.
A pesar de que Jesús llega con el poder del Espíritu proclamando un año de gracia de Dios, la gente en la sinagoga reacciona con ira. Lucas no se toma la molestia de explicarnos por qué la gente reacciona así. Posiblemente los judíos perciben una especie de rechazo suyo y una preferencia por los gentiles en vez de ellos, por haber rechazado a Jesús con desdén; una cosa parecida a la del Señor que preparó su banquete y como los invitados no asistieron, llenó su mesa de extraños e indigentes.
Sacan a Jesús de la ciudad y hasta lo quieren despeñar por el acantilado. Es como un pequeño adelanto del final que le espera a Jesús en Jerusalén. Mucho han pensado en este pasaje como un resumen de toda su vida pública.
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