Lecturas del Martes 13 de marzo. 4ª semana de Cuaresma
Lectura de la profecía de Ezequiel 47,1-9.12
Debido al clima árido de Palestina, las fuentes se consideran con frecuencia símbolos del poder vivificador de Dios. Por eso, a veces en las inmediaciones de una fuente se erigía un santuario. En la visión de Ezequiel, este poder de vida nueva mana del zaguán del mismo templo y fluyen hacía oriente, por donde regresó la Gloria del Señor a morar en medio del pueblo vuelto del destierro. Al principio, es un pequeño arroyo de agua insignificante, comparado con los grandes ríos mesopotámicos, pero va creciendo cada vez más y más hasta convertirse en un río navegable.
Es sugestivo el contrate entre la medida exacta y calculada siempre igual por el ángel y el crecer sin medida del agua, cuyo poder debe experimentar el profeta en su cuerpo. A él se le revela la extraordinaria fecundidad y eficacia de la fuente, llena de vegetación el territorio, sana el mar Muerto, hace que abunden los peces y que prosperen las gentes, los árboles frutales dan cosechas extraordinarias, el agua que viene de Dios sana y fecunda la tierra que recorre.
Jesús es el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu por medio de la regeneración con esta agua vivificante y medicinal.
Jesús, salvación de Dios, decide atravesar los portales de miserias humanas que se reúnen junto la piscina de Betesda, en Jerusalén. Allí se encuentra con una en particular. Su palabra se dirige a ese pobre paralítico que lleva enfermo treinta y ocho años, casi toda su existencia.
Jesús despierta la voluntad de éste hombre y por un simple mandato, recobra la fuerza, carga con su camilla, compañera de tantos años de enfermedad y camina llevándola consigo como testimonio de su curación. Jesús renueva la vida, cosa que no podrían hacer los ritos supersticiosos, ni siquiera la Ley; quien se queda bloqueado a su interpretación literal, en la rigurosa observancia del sábado, es un paralítico del espíritu, un ciego de corazón. A diferencia de aquel enfermo, no quiere curarse y su rigidez se convierte en hostilidad
En el templo, Jesús se encuentra con el hombre curado y le dirige la palabra clara y exigente, de la que se desprende, que hay algo peor que 38 años de parálisis, el pecado, con sus consecuencia; Jesús no quiere renovar la vida a media, si no se nos libera de las atadura del pecado, de nada nos sirve que se nos desentumezcan los miembros.
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En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.
De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.
Entonces me dijo:
«¿Has visto, hijo de hombre?»,
Después me condujo por la ribera del torrente.
Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».
Palabra de Dios
Sal 45,2-3.5-6.8-9
R/. El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R/.
Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.
El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra. R/
Lectura del santo evangelio según san Juan 5,1-16
Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
Palabra del Señor
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Es sugestivo el contrate entre la medida exacta y calculada siempre igual por el ángel y el crecer sin medida del agua, cuyo poder debe experimentar el profeta en su cuerpo. A él se le revela la extraordinaria fecundidad y eficacia de la fuente, llena de vegetación el territorio, sana el mar Muerto, hace que abunden los peces y que prosperen las gentes, los árboles frutales dan cosechas extraordinarias, el agua que viene de Dios sana y fecunda la tierra que recorre.
Jesús es el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu por medio de la regeneración con esta agua vivificante y medicinal.
Jesús, salvación de Dios, decide atravesar los portales de miserias humanas que se reúnen junto la piscina de Betesda, en Jerusalén. Allí se encuentra con una en particular. Su palabra se dirige a ese pobre paralítico que lleva enfermo treinta y ocho años, casi toda su existencia.
Jesús despierta la voluntad de éste hombre y por un simple mandato, recobra la fuerza, carga con su camilla, compañera de tantos años de enfermedad y camina llevándola consigo como testimonio de su curación. Jesús renueva la vida, cosa que no podrían hacer los ritos supersticiosos, ni siquiera la Ley; quien se queda bloqueado a su interpretación literal, en la rigurosa observancia del sábado, es un paralítico del espíritu, un ciego de corazón. A diferencia de aquel enfermo, no quiere curarse y su rigidez se convierte en hostilidad
En el templo, Jesús se encuentra con el hombre curado y le dirige la palabra clara y exigente, de la que se desprende, que hay algo peor que 38 años de parálisis, el pecado, con sus consecuencia; Jesús no quiere renovar la vida a media, si no se nos libera de las atadura del pecado, de nada nos sirve que se nos desentumezcan los miembros.
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