Lecturas del Miércoles 11 de abril. 2ª semana de Pascua
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5,17-26
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada, el texto de los Hechos de los apóstoles constituye una demostración de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada, por el anuncio de la Resurrección del Señor, debido a que los saduceos no creen en la resurrección, además de tener temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva. Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar todo lo referente a este estilo de vida.
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, solo sirve para verificar la mofa divina; los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir, que están de nuevo enseñando al pueblo en el templo. La mofa es completa y el engorro crece de manera desmesurada.
La revelación puesta en marcha y llega hasta la fuente de la vida, es el amor del Padre que entrega al Hijo para destruir pecado y la muerte. La obra universal salvífica de Cristo, tiene su iniciativa misteriosa en el amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que es amor. Esta es la elección fundamental del hombre, aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo, es más lo ilumina.
El amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado, la causa de la condena es una sola, a saber, la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.
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En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:
«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Palabra de Dios
Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 3,16-21
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
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Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, solo sirve para verificar la mofa divina; los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir, que están de nuevo enseñando al pueblo en el templo. La mofa es completa y el engorro crece de manera desmesurada.
La revelación puesta en marcha y llega hasta la fuente de la vida, es el amor del Padre que entrega al Hijo para destruir pecado y la muerte. La obra universal salvífica de Cristo, tiene su iniciativa misteriosa en el amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que es amor. Esta es la elección fundamental del hombre, aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo, es más lo ilumina.
El amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado, la causa de la condena es una sola, a saber, la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.
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