Lecturas del Miércoles 4 de abril. Octava de Pascua
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3,1-10
Pedro continua la práctica liberadora de Jesús, no solo con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos y en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.
El templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y como no tiene ni oro ni plata, le ordena que se levante y camine: " En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Lo que sigue es un relato de resurrección, el paralítico entra finalmente en el templo, del que había excluido su enfermedad, saltando y alabando a Dios. Es un hombre reconstruido, física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme, la gente, llena de admiración y pasmo, acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles y Pedro se dispone a dar la explicación del acontecimiento.
La aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos:
a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad de fe en Jesús, para volver a su viejo mundo;
b) La vuelta de Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos. En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza pérdida, empezando con Moisés y siguiendo con los profetas, les explicó lo que decían de Él las Escrituras. Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y mientras parte el pan, reconocen al Señor, entonces se le abrieron los ojos y lo reconocieron.
Este Evangelio nos enseña, que cuando una comunidad está disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras y pone la Eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente la fe y hace la experiencia del Señor resucitado. La Palabra y la Eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la iglesia en su peregrinación hacía la casa del Padre.Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.
En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Palabra de Dios
Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9
R/. Que se alegren los que buscan al Señor
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Secuencia
(Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,13-35
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
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El templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y como no tiene ni oro ni plata, le ordena que se levante y camine: " En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Lo que sigue es un relato de resurrección, el paralítico entra finalmente en el templo, del que había excluido su enfermedad, saltando y alabando a Dios. Es un hombre reconstruido, física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme, la gente, llena de admiración y pasmo, acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles y Pedro se dispone a dar la explicación del acontecimiento.
La aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos:
a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad de fe en Jesús, para volver a su viejo mundo;
b) La vuelta de Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos. En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza pérdida, empezando con Moisés y siguiendo con los profetas, les explicó lo que decían de Él las Escrituras. Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y mientras parte el pan, reconocen al Señor, entonces se le abrieron los ojos y lo reconocieron.
Este Evangelio nos enseña, que cuando una comunidad está disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras y pone la Eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente la fe y hace la experiencia del Señor resucitado. La Palabra y la Eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la iglesia en su peregrinación hacía la casa del Padre.Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.
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