Lecturas del Jueves 17 de mayo. 7ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22,30;23,6-11


En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos.
Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos.» 
Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?» 
El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.
La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»



Palabra de Dios



Sal 15


R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.


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Lectura del santo evangelio según san Juan 17,20-26


En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.» 



Palabra del Señor

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Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitar a aquella comunidad y había seguido, con incauta condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. El tiene la ocasión de contar una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana. Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso.

Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furos teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos, belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo, es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente, todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de testigo, no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del Evangelio.

En la tercera parte de la oración sacerdotal, dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos, ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes. Tras una invocación general, siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad y la oración por la salvación.

Jesús después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad y la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. Todos se hacen uno en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una habitación: "Yo en ellos y tú en mí" En Cristo se realiza el perfeccionamiento de la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos. En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente de amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.     



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