Lecturas del San Lucas, evangelista
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4,9-17a
Lucas, antioqueno de Siria, de profesión médico, fue discípulo de los Apóstoles; más tarde siguió a San Pablo hasta el martirio de éste. Sirvió al Señor sin falta, no tuvo mujer ni engendró hijos; murió en Beocia lleno del Espíritu Santo a la edad de ochenta años. Sus huesos fueron trasladados a Constantinopla, y de allí a Padua. Por inspiración del Espíritu Santo escribió uno de los cuatro Evangelios en la región de Acaya.
Los testimonios de la antigüedad (Prólogo antiguo, Prólogo monarquiano, Eusebio, San Jerónimo) lo consideran originario de Antioquía de Siria, y hacen poco probables las opiniones que lo tienen por filipense o antioqueno de Pisidia. Era de familia gentil, según se desprende de la mención de San Pablo en su Epístola a los Colosenses (4,14) que lo contrapone a los «que provienen de la circuncisión». Lucas era miembro de la comunidad cristiana de Antioquía cuando el año 42 se presentó allí Agabo profetizando el hambre que había de suceder en Palestina.
Algunos autores han creído poder demostrar que San Lucas era médico de profesión, por el vocabulario médico que emplea San Lucas en el tercer Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.
La tradición, mucho más tardía, lo hace pintor. La primera noticia sobre el particular es de Teodoro, lector de la Iglesia de Constantinopla, el cual en el s. VI refiere que la emperatriz Eudoxia le regaló a Pulqueria un cuadro de la Virgen pintado por Lucas evangelista en Jerusalén. El cuadro en cuestión, que se conserva en Santa María la Mayor de Roma y se venera bajo el título de Salus populi romani, es claramente de época bizantina. Por lo demás, San Agustín aseguraba que en su tiempo no se conocía la cara de la Virgen. De todas formas es evidente que si Lucas no pintó el rostro exterior de la Señora, en su relato sobre la infancia de Jesús nos dejó el mejor retrato del interior del alma de la Virgen.
San Lucas no conoció al Señor personalmente. Así lo afirma expresamente el Canon de Muratori a mediados del s. II, y lo da a entender el propio evangelista cuando en el prólogo de su Evangelio se contrapone a los testigos oculares.
Fue compañero de viajes de San Pablo. En el segundo viaje apostólico, a raíz de una visión que San Pablo tiene en Troas, se narra, en primera persona, el viaje desde esta ciudad a Filipos, donde Lucas debió de quedarse, porque a partir de aquí la narración sigue en tercera persona. Y, en efecto, a la vuelta del tercer viaje, mientras Pablo y varios de sus compañeros hacen por tierra el viaje desde Filipos otra vez a Troas, el autor vuelve a narrar en primera persona de plural su viaje por mar para reunirse con San Pablo en esta última ciudad. Cuenta, pues, el viaje por mar hasta Asson, donde Pablo, que había continuado por tierra, se les une y juntos siguen a Mitilene, Samos, Mileto, Coum, Rodas, Patara,
Aunque a partir de aquí deja de hablar en primera persona, parece que Lucas permaneció en Jerusalén durante la cautividad de San Pablo en Cesarea, porque cuando éste, cautivo, embarca rumbo a Roma, el relato prosigue en primera persona, describiendo el viaje por mar hasta la Capital del Imperio.
Las dos menciones explícitas que San Pablo hace de él en sus Cartas muestran que Lucas lo acompañó durante sus dos cautividades en Roma. Otra alusión en la pluma de Pablo, probable para algunos, se encontraría en 2 Cor 8,18; el Apóstol anuncia el envío a Corinto de un «hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las iglesias» y que acompañará a Tito. Aunque se trate de Lucas, no parece probable que se refiera al Evangelio escrito, sino a la predicación oral.
«Lucas, antioqueno de Siria, de profesión médico, fue discípulo de los Apóstoles; más tarde siguió a San Pablo hasta el martirio de éste. Sirvió al Señor sin falta, no tuvo mujer ni engendró hijos; murió en Beocia lleno del Espíritu Santo a la edad de ochenta años. Sus huesos fueron trasladados a Constantinopla, y de allí a Padua. Habiendo ya sido escritos los evangelios de Mateo en Judea y de Marcos en Italia, por inspiración del Espíritu Santo escribió este Evangelio en la región de Acaya. Él explicaba al principio de su evangelio que otros habían sido escritos antes del suyo, pero que le había parecido necesario exponer a la atención de los fieles de origen griego un relato completo y cuidado de los acontecimientos…».
Dimas me ha dejado, enamorado de este mundo presente, y se ha marchado a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia; Tito, a Dalmacia; sólo Lucas está conmigo. Coge a Marcos y tráetelo contigo, ayuda bien en la tarea. A Tíquico lo he mandado a Éfeso. El abrigo que me dejé en Troas, en casa de Carpo, tráetelo al venir, y los libros también, sobre todo los de pergamino. Alejandro, el metalúrgico, se ha portado muy mal conmigo; el Señor le pagará lo que ha hecho. Ten cuidado con él también tú, porque se opuso violentamente a mis palabras. La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles.
Palabra de Dios
Sal 144,10-11.12-13ab.17-18
R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios."»
Palabra del Señor
Los testimonios de la antigüedad (Prólogo antiguo, Prólogo monarquiano, Eusebio, San Jerónimo) lo consideran originario de Antioquía de Siria, y hacen poco probables las opiniones que lo tienen por filipense o antioqueno de Pisidia. Era de familia gentil, según se desprende de la mención de San Pablo en su Epístola a los Colosenses (4,14) que lo contrapone a los «que provienen de la circuncisión». Lucas era miembro de la comunidad cristiana de Antioquía cuando el año 42 se presentó allí Agabo profetizando el hambre que había de suceder en Palestina.
Algunos autores han creído poder demostrar que San Lucas era médico de profesión, por el vocabulario médico que emplea San Lucas en el tercer Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.
La tradición, mucho más tardía, lo hace pintor. La primera noticia sobre el particular es de Teodoro, lector de la Iglesia de Constantinopla, el cual en el s. VI refiere que la emperatriz Eudoxia le regaló a Pulqueria un cuadro de la Virgen pintado por Lucas evangelista en Jerusalén. El cuadro en cuestión, que se conserva en Santa María la Mayor de Roma y se venera bajo el título de Salus populi romani, es claramente de época bizantina. Por lo demás, San Agustín aseguraba que en su tiempo no se conocía la cara de la Virgen. De todas formas es evidente que si Lucas no pintó el rostro exterior de la Señora, en su relato sobre la infancia de Jesús nos dejó el mejor retrato del interior del alma de la Virgen.
San Lucas no conoció al Señor personalmente. Así lo afirma expresamente el Canon de Muratori a mediados del s. II, y lo da a entender el propio evangelista cuando en el prólogo de su Evangelio se contrapone a los testigos oculares.
Fue compañero de viajes de San Pablo. En el segundo viaje apostólico, a raíz de una visión que San Pablo tiene en Troas, se narra, en primera persona, el viaje desde esta ciudad a Filipos, donde Lucas debió de quedarse, porque a partir de aquí la narración sigue en tercera persona. Y, en efecto, a la vuelta del tercer viaje, mientras Pablo y varios de sus compañeros hacen por tierra el viaje desde Filipos otra vez a Troas, el autor vuelve a narrar en primera persona de plural su viaje por mar para reunirse con San Pablo en esta última ciudad. Cuenta, pues, el viaje por mar hasta Asson, donde Pablo, que había continuado por tierra, se les une y juntos siguen a Mitilene, Samos, Mileto, Coum, Rodas, Patara,
Aunque a partir de aquí deja de hablar en primera persona, parece que Lucas permaneció en Jerusalén durante la cautividad de San Pablo en Cesarea, porque cuando éste, cautivo, embarca rumbo a Roma, el relato prosigue en primera persona, describiendo el viaje por mar hasta la Capital del Imperio.
Las dos menciones explícitas que San Pablo hace de él en sus Cartas muestran que Lucas lo acompañó durante sus dos cautividades en Roma. Otra alusión en la pluma de Pablo, probable para algunos, se encontraría en 2 Cor 8,18; el Apóstol anuncia el envío a Corinto de un «hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las iglesias» y que acompañará a Tito. Aunque se trate de Lucas, no parece probable que se refiera al Evangelio escrito, sino a la predicación oral.
«Lucas, antioqueno de Siria, de profesión médico, fue discípulo de los Apóstoles; más tarde siguió a San Pablo hasta el martirio de éste. Sirvió al Señor sin falta, no tuvo mujer ni engendró hijos; murió en Beocia lleno del Espíritu Santo a la edad de ochenta años. Sus huesos fueron trasladados a Constantinopla, y de allí a Padua. Habiendo ya sido escritos los evangelios de Mateo en Judea y de Marcos en Italia, por inspiración del Espíritu Santo escribió este Evangelio en la región de Acaya. Él explicaba al principio de su evangelio que otros habían sido escritos antes del suyo, pero que le había parecido necesario exponer a la atención de los fieles de origen griego un relato completo y cuidado de los acontecimientos…».
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