Lecturas del Miércoles 18 de julio. 15ª semana del Tiempo Ordinario
Lectura del libro de Isaías 10,5-7.13-16
La tentación originaria del hombre es la de excluir a Dios de su propia existencia. La conciencia de vivir en la edad adulta nos puede tolerar la dependencia ni la sumisión a ningún Dios.
El hombre que rechaza a Dios, se cierra y vive de sus propias convicciones y opiniones, de una negligencia la que, por mucho que pueda recorrer los aspectos siderales o adentrarse en las partículas infinitesimales de la materia, no sabe encontrar el camino de la alegría, de la paz, de la plenitud interior. El hombre que se siente Señor del mundo así como de su propia existencia y de la ajena no consigue hacerse con el corazón de vivir, con su significado último, que es lo único que le da consistencia. Quien acepta la realidad de ser criatura pequeña frente al Creador; aunque tan preciosa para él que la llama a participar de su misma vida. Es pequeño quien se muestra contento con lo que es, quien sabe que no es omnipotente y por eso, se abre a la relación con Dios. Es pequeño quien reconoce haber recibido todo como don y lo usa no como dueño o como predador, sino como siervo, con gratitud. Quien es pequeño de este modo conoce algo del amor del Padre y del Hijo.
Así dice el Señor: «¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor! Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no eran éstos los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar naciones numerosas. Él decía: "Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y derribé como un héroe a sus jefes. Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las alas, quien abriese el pico para piar." ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego.»
Palabra de Dios
Sal 93
R/. El Señor no rechaza a su pueblo
Trituran, Señor, a tu pueblo,
oprimen a tu heredad;
asesinan a viudas y forasteros,
degüellan a los huérfanos. R/.
Y comentan: «Dios no lo ve,
el Dios de Jacob no se entera.»
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo discurriréis? R/.
El que plantó el oído ¿no va a oír?;
el que formó el ojo ¿no va a ver?;
el que educa a los pueblos ¿no va a castigar?;
el que instruye al hombre ¿no va a saber? R/.
Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir los rectos de corazón. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-27
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Palabra del Señor
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El hombre que rechaza a Dios, se cierra y vive de sus propias convicciones y opiniones, de una negligencia la que, por mucho que pueda recorrer los aspectos siderales o adentrarse en las partículas infinitesimales de la materia, no sabe encontrar el camino de la alegría, de la paz, de la plenitud interior. El hombre que se siente Señor del mundo así como de su propia existencia y de la ajena no consigue hacerse con el corazón de vivir, con su significado último, que es lo único que le da consistencia. Quien acepta la realidad de ser criatura pequeña frente al Creador; aunque tan preciosa para él que la llama a participar de su misma vida. Es pequeño quien se muestra contento con lo que es, quien sabe que no es omnipotente y por eso, se abre a la relación con Dios. Es pequeño quien reconoce haber recibido todo como don y lo usa no como dueño o como predador, sino como siervo, con gratitud. Quien es pequeño de este modo conoce algo del amor del Padre y del Hijo.
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